lunes, 19 de mayo de 2008

CONTRAEDITORIAL: ENTRÉMOSLE PUES (PARTE I)


El contraeditorial de hoy salió demasiado verborreico, lo siento pero si era mucho lo que tenía que decir sobre el particular. Pero como consideración a su paciencia, lo parto en dos. He aquí la primera parte:


CONTRAEDITORIAL:

Entrémosle pues. (parte I)

En su editorial del 19 de mayo de 2008, aparecido en El Universal, y que pueden leer aquí, Macario Schettino se lanza al ruedo con todo a partir del debate sobre el petróleo, y de manera muy franca y valiente, expone lo que, desde su punto de vista constituye el fondo del debate, que ciertamente va mucho más allá de alegar sobre si conviene vender más o vender menos petróleo y sobre si conviene que lo vendamos solos o acompañados. Que es la versión que quieren vender muchos de los que se han mostrado a favor de la iniciativa gubernamental, como Elizondo Mayer-Serra.

El punto de fondo, propone Don Macario es la confrontación de dos visiones distintas y encontradas del país, una anclada en el nacionalismo revolucionario, y otra al cual no le pone nombre (no la etiqueta como a “la otra”) y de la cual está decididamente a favor. A falta de un nombre puesto por el autor del editorial, pongámosle la de la globalización librecambista. Creo que es justo decir que estoy completamente de acuerdo con esta posición del Sr. Schettino, comparto totalmente su idea de que lo que está en juego aquí es toda la posición ideológica del gobierno y la oposición, el famoso “rumbo del país” que tanto se menciona por aquí y por allá, y que hemos estado tratando de dirimir sin éxito al menos desde la “década perdida” que en realidad fueron dos y comenzaron con De Lamadrid. Habría que agregar, además, que es una oportunidad de lujo para México como sociedad que se esté dando de manera tan abierta y tan plural (y aunque duela a quien le duela, habrá que reconocer que, de acuerdo a los usos y costumbres de los legisladores mexicanos, esta gran oportunidad no se hubiera dado sin los malos modales de AMLO y sus huestes). Hasta ahí mis coincidencias, vienen mis discrepancias.

El Sr. Schettino procede en su editorial a hacer una disección del “régimen de la revolución”, lo expone en sus abundantes debilidades y concluye, a la luz de los muchos males que acarrea esta postura, que es necesario salir de ella, abandonar “los mitos y con ello construir un país que “ingresa con éxito en la globalización y la modernidad”.

Veámoslo entonces en tres partes, primero la caracterización del régimen revolucionario, después la caracterización de quienes lo apoyan y finalmente, la escasa pero existente construcción del modelo sin nombre, al cual pusimos “globalización librecambista

De entrada, habrá que decir que las tres caracterizaciones adolecen de un mismo defecto, una generalización tremenda y un maniqueísmo que ya quisiera López Obrador. Sobre el régimen de la revolución no hay nada que se salve, los comentarios sobre el mismo son siempre condenatorios, desde el tratamiento peyorativo que se da al concepto de “mito”, equiparándolo siempre con “mentira”, cuando es un hecho estudiado y confirmado que no son lo mismo, ni sirven a los mismos fines.

Asimismo, incurre desde el principio en juicios de valor al afirmar que el régimen que surgió de la revolución significó un “camino de regreso que fue el corporativismo” una expresión con un notable tufo de evolucionismo lineal, que me parece, es parte fundamental de la visión de la globalización librecambista, ya que, a pesar de que se supone moderna, o tal vez precisamente por esto, se apura a firmar la misma concepción histórica y social que imperaba en los colonialismos del siglo XIX, en donde existían las sociedades “primitivas” y las “avanzadas”, esto es, la idea de que el desarrollo de las sociedades es un camino lineal y que va necesariamente de lo malo a lo mejor, solo así se puede entender que conciba un desarrollo social cualquiera como “un camino de regreso”. Desde una perspectiva en la cual, de entrada, pareciera que hay un solo camino correcto, y los que no transiten por él, necesariamente están dando marcha atrás (perspectiva que además, ha sido superada desde hace mucho tiempo por la teoría antropológica) ¿Así o más maniqueo?

Pues todavía más, ya que acto seguido incurre en el reduccionismo al enunciar que “Más todavía, con un único valor: el nacionalismo construido sobre el mito de la Revolución. Así, se puede fustigar aún más el pensamiento de los otros, que ya había sido descrito como atrasado o, por lo menos antiguo. Como si no fuera esto suficiente, resulta que es monolítico, solo tiene un único valor: el nacionalismo construido sobre el mito de la Revolución. Lo que no nos dice es que la construcción del mito de la Revolución lleva en sí misma una extensa y en no pocas ocasiones contradictoria gama de valores, solo por poner algunos la revolución como construcción ideológica presupone la búsqueda de democracia (sufragio efectivo); la no permanencia en el poder de un solo personaje (no reelección) que entre paréntesis, ayudó en mucho a que en México no se dieran los cuartelazos y golpes militares que tanto proliferaron en la América del siglo XX; la idea de una división del trabajo justa; la de la seguridad social como derecho, al igual que la educación; la idea del Estado laico; la idea de que “la tierra es de quien la trabaja”; la idea de que el país es el dueño único de sus recursos y de la ganancia que se obtenga de los mismos; la idea de un país en donde se garanticen las libertades individuales de reunión, expresión, religión y tránsito entre otras; la idea de un gobierno constituido en tres partes independientes; la idea de un país que podía, con sus propios recursos y su propia gente, salir adelante, sin necesidad de ayuda extranjera; la idea un país que respetaba y pedía que se respetara el derecho que tienen todos los pueblos a gobernarse como mejor les parezca. Todo esto y mucho más está dentro de ese “único valor”, dentro de ese “único mito” que se pretende descartar.

¿Qué casi ninguna de estas ideas se llevaba a cabo en el antiguo régimen? Pues si, pero aquí de lo que se trataba era de discutir el “mito”, las ideas que estaban tras el régimen, esa “construcción cultural” que critica el Sr. Schettino, sin dar aquí un solo apunte, más allá de que es “antiguo” , del porqué dicha cuestión cultural ya es obsoleta.

Ahora, en referencia al aspecto práctico del régimen, critica, para mí de manera muy curiosa que el régimen le daba privilegios a: “esos cuerpos sociales: sindicatos, centrales campesinas, empresarios, universidades” y, se supone que ello era parte de sus fallas, darles privilegios a alrededor del 80 por ciento de la población de entonces, supongo que habría que preguntar ¿En qué constituían dichos privilegios? Porque si a lo que se refiere es a las prestaciones sindicales, a la reforma agraria, a los subsidios a la educación superior y a la política de sustitución de importaciones, pues no lo parecen tanto, sobre todo si tomamos en cuenta que todo ello está también subsumido en el “mito de la Revolución”. Ciertamente es una concepción de Estado muy distinta la que propone el Sr. Schetttino, si no contempla el apoyar a ninguno de estos grupos (¿entonces a cuales apoyará su propuesta? ¿o será su propuesta el no apoyar a nadie, lo necesite o no?)

Hasta aquí, se trata de cuestiones más o menos debatibles y que pueden quedarse en el apartado de “esa es tu opinión al respecto”, peor donde se brinca la barda el Sr. Schettino es cuando comienza a caracterizar a los que apoyan la idea del nacionalismo revolucionario. En un ejercicio de psicología asaz sorprendente, los desnuda de esta manera:

“Los defensores del nacionalismo revolucionario, en el fondo, no pueden imaginar un país orgulloso de sus habitantes, que ingresa con éxito en la globalización y la modernidad. No. No creen en México, sino en la Revolución, en el régimen autoritario, en sus mentiras sobre soberanía y justicia social, en sus fetiches. Insisten en que México no puede vivir junto a Estados Unidos sin hacer uso de esas defensas. Y es que, de entrada, están derrotados, como lo estuvo México durante el siglo pasado.”

Sería cuestión de otro contraeditorial el medir las capacidades de psicólogo del Sr. Schettino, quien se jacta aquí de saber lo que piensan y sienten “en el fondo” todos los defensores del nacionalismos revolucionario. Casi todo este párrafo está lleno, además de los consabidos juicios de valor (que, ciertamente se valen en un editorial) de frases por demás sorprendentes, veamos: “No creen en México, sino en la Revolución”, al respecto solo se podría decir que creer en la Revolución era (es) una forma de creer en México, en un México visto desde una perspectiva, que ciertamente no es la del editorialista, pero con todo sería más honesto que dijera “no creen en el México en que yo creo” o “no creen en México de la manera en que yo quiero creer en él”, y el problema aquí es que el Sr. Schettino nos está diciendo que la única manera válida de creer en México es la suya, si piensas en México desde otra perspectiva ya “no crees en él”, de nuevo López Obrador estaría orgulloso de un posicionamiento como ese.

Pero sigamos con el párrafo, de nuevo confunde mito con mentiras cuando dice “en sus mentiras sobre soberanía y justicia social” , las ideas pueden o no verse reflejadas en la realidad, pero si no tienen el propósito expreso de engañar no son mentiras (y aún así, habría que preguntarle a los novelistas sobre lo que escriben) que ciertamente el gobierno utilizaba estas ideas para engañar, no hace que las ideas que signan las personas que siguen este modo de pensar, las piensen como “mentiras”, las piensan (las pensamos) precisamente como ideas, como metas, como propósitos de una sociedad y ciertamente como “mitos fundacionales” del país que queremos construir, y aquí está uno de los grandes errores de Don Schettino, supone que el PRI perdió porque se sostenía en ideas que eran mentiras, y que llegó un momento en que la gente renegó de tales ideas en número suficiente como para tirarlos del poder, pero los hechos dicen otra cosa, el PRI se fue porque dejó, no de seguir al pie de la letra las ideas (casi nunca lo hizo) sino porque dejó de ser partícipe de las mismas, Fox llega al poder enarbolando las mismas “mentiras” de soberanía y justicia social que, más allá de que no le gusten al editorialista, siguen siendo nucleares en la idea de país que tenemos.

Para rematar el párrafo tenemos esto: “Insisten en que México no puede vivir junto a Estados Unidos sin hacer uso de esas defensas. Y es que, de entrada, están derrotados, como lo estuvo México durante el siglo pasado.” Supongo que cuando habla de “esas defensas” está refiriéndose a la propiedad del Estado sobre los recursos naturales, porque no da otra opción en su frase, y luego la corona con la frase sobre la derrota. No deja de ser notable esta frase, sobre todo teniendo en cuenta la notable independencia que tuvo México en el siglo pasado en lo referente a las decisiones internacionales con Estados Unidos. El caso paradigmático es obviamente la expulsión de Cuba de la OEA, la cual el único país del continente que no se “derrotó” ante Estados Unidos fue México, al igual que en otra decena de ocasiones que no se “alineó” a las políticas del vecino del norte, como hicieron otros tantos países que no compartían, como nosotros, la frontera con ellos.

Y esto en sólo en el área de la política internacional, habrá que dar cuenta también de que en ese mismo siglo en que estuvimos “derrotados”, se dio, de acuerdo a los ideales revolucionarios, la política de sustitución de importaciones, que partía precisamente de la noción y la seguridad de que podíamos como país, resolver nuestras propias necesidades, además de que se fundaron instituciones que hicieran investigación y desarrollo tecnológico (IPN, Instituto Mexicano del Petróleo) para no seguir perdiendo en esa relación con los Estados Unidos. Políticas, todas estas, que fueron abandonadas al tiempo en que llegaron al gobierno personas con la ideología de la “globalización librecambista”, obtenida, de pura casualidad, casi siempre en Estados Unidos. Que extraño es el mundo de Don Schettino en el cual tener control sobre áreas estratégicas en la geopolítica mundial es “estar derrotado” y, por el contrario, abrir dichas áreas a la inversión extranjera es – supongo - ser “vencedor”.

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